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Se me retuercen dentro las entrañas, me sobrecoge un pavor mortal, me asaltan el temor y el terror, me cubre el espanto, y pienso: «¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme! Emigraría lejos, habitaría en el desierto, me pondría en seguida a salvo de la tormenta, del huracán que devora, Señor; del torrente de sus lenguas».
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Éstas palabras vienen de un salmo que he leído hoy y las he copiado porque me veo perfectamente en ellas. Aquí Jesús desde la cruz, sufriendo lo indecible, pide a Dios una ayuda que no llegará hasta su resurrección. Pasándolo así me siento yo cuando me da un súper bajón. Y lo peor, como ya he dicho tantas veces, es que siempre creo que no volveré a salir. Pero esa resurrección es justo la que me llena de esperanza.