Parecía como si le indicara que le siguiera. Contento de que alguien viniera en su ayuda, le siguió. La arena continuaba siendo insoportable, pero sorprendentemente, siguió avanzando. Aquella figura que apenas veía era su única esperanza, aunque por más que lo intentara, no conseguía acercarse a él. Al rato, le pareció ver algo. Aceleró el paso, pero cuanto más se acercaba, más cuenta se daba de que aquél no era su poblado. De repente la tormenta cesó de golpe. Una niña se le acercó sonriendo. Miguel no la había visto nunca. Y sin embargo su reacción inmediata fue la de abrazarla como si la conociera de toda la vida. Acto seguido, le cogió de la mano y juntos entraron. Era un lugar desconocido, y aun así nunca se había sentido tan seguro. ¿Qué estaba pasando?
Según avanzaban, salían de las casas niños sonrientes que le saludaban cariñosamente, muchos le abrazaban, y Miky se dejaba encantado. La sensación de seguridad que sintiera cuando llegó era cada vez mayor, y a ella se iba uniendo una paz inexplicable. Miguel se detuvo, y preguntó:
_“¿Dónde está vuestro padre?”
_“No está aquí ahora” y tirándole del brazo, le dijo “¡Vamos a jugar!”
Miguel no entendía nada, pero sin saber por qué, no le importaba. Siguió a los niños, mientras la pequeña que le había recibido le decía:
_“¿Sabes qué? Nunca vi nadie cómo tú, pero pareces bueno. No sé por qué. ¡Es genial que hayas venido!”
Miguel disfrutó con ellos sin parar de jugar hasta que cayó rendido. Cuando abrió los ojos, vio a Dit.